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miércoles, 29 de agosto de 2012

DE VUELTA A LA LUNA


De vuelta a la Luna

 
“Sólo hemos explorado la Luna 27 días. Si creemos que es suficiente, las futuras generaciones pensarán que somos estúpidos”.
Michael Griffin, ex-director de la NASA
 
Desde que los astronautas Gene Cernan y Harrison Schmitt despegaron de la superficie selenita en 1972, el ser humano no ha vuelto a la Luna. Tras las diez exitosas misiones del programa Apolo, ni estadounidenses ni rusos intentaron regresar al satélite con naves tripuladas. La generación que creció creyendo que a estas alturas las misiones a Marte serían mera rutina, no puede hablar siquiera de una base humana en la Luna. Sin embargo, el siglo XXI acoge un renovado interés por retomar los vuelos espaciales y construir un asentamiento permanente a 384.000 kilómetros de la Tierra.
 
El regreso a la Luna y la expectación planetaria que suscita han llevado a los expertos a pedir colaboración entre los países para que no se repita una carrera espacial a la vieja usanza. El pionero Borís Chertok, uno de los ingenieros responsables del programa cósmico ruso, considera que “la cooperación resulta fundamental. Uniendo nuestras fuerzas con los americanos, por ejemplo, podrían cumplirse los pronósticos de regresar a la Luna en 2020. Sin nosotros, habría que sumar como mínimo cinco años más para volver al satélite”. De momento, todos calientan motores.
 
La NASA prejubila su buque insignia, el famoso transbordador Shuttle y, con la Estación Espacial Internacional a punto de completarse, construye una nueva flota de vehículos y cápsulas espaciales que llevarán a sus astronautas de nuevo a la Luna bajo el programa Constellation. “En 2020 seremos capaces de aterrizar en la Luna con una tripulación de cuatro astronautas y de realizar allí misiones permanentes de seis meses”, aseguraba hace poco el director adjunto del proyecto, Alan Rhodes. Los responsables de la agencia añaden que “esta transición es una oportunidad para reinventar y revitalizar nuestros vuelos tripulados”.
 
Por su parte, los rusos trabajan también en una nueva nave espacial que sustituirá a la mítica cápsula Soyuztras 40 años en servicio de reconocida efectividad. Con capacidad para seis cosmonautas, la prometedora nave podría entrar en servicio en 2018. A partir de su nuevo diseño, se desarrollará otra cápsula gemela que orbite alrededor de la Luna con cuatro cosmonautas a bordo, pudiendo permanecer 200 días en el Espacio adosada a una eventual estación espacial. En contra de lo que se podía prever, Rusia sigue luchando en primera línea por el Cosmos. 
 
La meta a medio plazo de todas las agencias es asentarse en la Luna con bases permanentes para luego abordar la exploración de Marte. Y en esta carrera hacia el satélite, los gigantes asiáticos parecen haber tomado la delantera con el ímpetu de los primerizos. La Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA) ha hecho revivir la época del Apolo con imágenes en alta resolución de la Luna y la Tierra a lo lejos, suspendida en la negrura del Universo. Gracias a su sonda Kayuga, los japoneses estudiaron además las diferencias entre las dos caras de la Luna para intentar comprender cómo se formó y cómo ha evolucionado hasta su estado actual.
 
 
China, unos pasos por delante, tiene planes espaciales bastante ambiciosos. Tras haber lanzado su primer taikonauta en 2003, poner en órbita lunar la sonda Chang’e (diosa china de la Luna) y haber efectuado ya un paseo espacial, los chinos presentan credenciales de peso para adelantarse incluso a los planes de estadounidenses y rusos. El gobierno de Pekín no oculta que sus objetivos son variados: analizar la existencia de recursos minerales, elevar el prestigio internacional del país y explotar las posibilidades militares del programa.
 
Sin embargo, este recuperado interés por la Luna no es gratuito. El hombre se instalaría en el satélite, entre otras cosas, para extraer helio-3, un isótopo del helio casi inexistente en la Tierra, un elemento inocuo que podría ser el combustible ideal para las centrales nucleares del futuro. A los posibles beneficios de su futura explotación geológica, se suman los que van a obtener las empresas que construyen las naves y las bases que se piensan instalar en el satélite. Sólo el proyecto de la NASA va a repartir un pastel de 100.000 millones de dólares, sobre el que las grandes corporaciones ya se han abalanzado. Además, el asentamiento en la Luna proporcionaría una base conveniente para las naves que se dirijan en el futuro hacia Marte, el siguiente “paso lógico” para la exploración humana del Sistema Solar.
 
 

 

La ambición roja

 
Marte, nuestro vecino celeste, ha despertado la imaginación del ser humano como ningún otro planeta. Poco después del amanecer de la Era Espacial, Estados Unidos y la Unión Soviética pusieron en marcha sondas robóticas para explorarlo. Las sondas espaciales estadounidenses Mariner y Viking, que tuvieron más éxito que sus malogradas homólogas soviéticas, revelaron un planeta con colosales volcanes inactivos, profundos cañones y valles, cráteres de impacto, extensas llanuras, feroces tormentas de polvo, una fina atmósfera de dióxido de carbono y bajísimas temperaturas.
 
Los viajes espaciales al planeta rojo descubrieron un mundo extrañamente familiar: al igual que la Tierra, Marte tiene casquetes polares y nubes en su atmósfera, patrones climáticos estacionales y otros rasgos reconocibles. Durante las tres últimas décadas, este cuerpo rocoso, frío y estéril continúa arrojando nuevas hipótesis sobre su pasado y su presente. Su tierra baldía tiene huellas que evocan un planeta asolado por volcanes y meteoritos, una atmósfera volátil y gigantescas inundaciones. La gran incógnita sigue siendo la de si existe agua líquida en Marte, y por ello se hace necesario profundizar en la historia geológica y climática del planeta para saber cómo, cuándo y por qué Marte sufrió los cambios tan drásticos que le llevaron a convertirse en el amenazador -pero aún prometedor- planeta que observamos hoy.
 
A pesar de que Rusia orientó su exploración desde un principio hacia Venus, no ha renunciado del todo a la aventura marciana. Prueba de ello es su alianza estratégica con la Agencia Espacial Europea (ESA) para enviar una misión tripulada a Marte en 2030, con escala en la Luna. Ambas instituciones están colaborando en una serie de misiones simuladas a Marte con las que poner a prueba la resistencia, tanto física como psicológica, del ser humano durante prolongados períodos de aislamiento. El experimento final recluirá a una tripulación de seis personas durante 520 días, tiempo estimado de un viaje de ida y vuelta al planeta en los que experimentarán todas las vivencias de una misión real, incluidos el lanzamiento, el viaje al espacio exterior, la llegada a Marte y, tras un recorrido por la superficie, el largo viaje de regreso a casa.
 
 
 
El audaz ingeniero alemán de la NASA, Wernher von Braun, defendió durante toda su carrera la idea de un viaje tripulado a Marte a gran escala. Previó que el asalto humano a la ambición roja debía hacerse con una decena de naves y con al menos 70 astronautas. Von Braun llegó a la conclusión de que nadie sería capaz saber lo que los seres humanos encontrarían al aterrizar en Marte. “Todo los que se puede decir con certeza es lo siguiente: el viaje se puede hacer y se hará algún día”.

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